Espiritualidades de plástico
Leonardo Alvarez
En el mes de Junio del presente año (2010) tuve el privilegio de participar junto con un grupo de amigos de distintos países de América Latina en una serie de actividades de servicio realizadas en Santo Domingo, República Dominicana. Una de esas actividades consistió en un programa de limpieza en una de las playas en el malecón que da al sector de la zona colonial de Santo Domingo. Un pedazo de playa de unos cien metros de ancho y donde se podía ver desde lejos una tremenda cantidad de plásticos de toda especie, como aparecen en la foto. El mar cada día deposita en esa playa los desechos provenientes de los ríos que desembocan en el sector, los cuales a su vez reciben estos envases de los grupos humanos que viven en la rivera.
La actividad fue organizada por los jóvenes de una iglesia del sector y debo decir que ha sido una de las experiencias que me ha marcado profundamente. No solo por el hecho mismo de retirar esos desechos contaminantes de un sector tan hermoso en su geografía, sino también por las causas humanas involucradas para que esto haya terminado así.
Quizá una de las ideas que más me ha perseguido en estos últimos meses tiene que ver con el acostumbrarse a este tipo de imágenes en nuestro mundo. No dejo de preguntarme si estos paisajes de plástico ¿no son acaso una especie de radiografía de nuestra alma, una evidencia con color y olor de la forma en que hemos decidido vivir?
Un amigo brasileño nos ha estado enseñando acerca del terrible daño que las bolsas (fundas) de plástico están produciendo en el medio ambiente. No solo por el hecho de ser un elemento que demora cientos de años en degradarse, sino porque a su vez no permite que muchos de los desechos orgánicos que ponemos en ellas al tirarlas puedan degradarse y volver a la tierra naturalmente, generan gases tóxicos que siguen contaminando nuestra “casa” (ecología viene del griego oikos:casa). El plástico es una de las creaciones hechas por el ser humano que podríamos llamar en todo el sentido de la palabra “basura”.
En la comunidad cristiana en la que vivo estamos aprendiendo a usar cada vez menos estas bolsas y al hacerlo hemos ido descubriendo cómo están tan arraigadas en nuestra forma de vida que podemos encontrarlas en la mayoría de los productos que se venden. El plástico es parte de nuestra forma de vida. Representa lo rápido, lo desechable, representa el sin valor de las cosas. Nos está recordando todo el tiempo que nuestra sociedad ha decidido vivir en el mundo de lo descartable y esto es aún más grave cuando lo trasladamos a nuestras relaciones humanas y nuestra espiritualidad. Pero también, nos están recordando todos los días lo mucho que dependemos de ellas para vivir, como si no pudiéramos hacer nada al respecto.
Por otro lado, la religiosidad que hemos heredado también nos está vendiendo una espiritualidad descartable, que se siente tan cómoda con la oferta y la demanda del mercado. Espiritualidades tipo supermercado, donde vamos con nuestro carro de mercaderías tomando todo aquello que pueda satisfacer rápidamente nuestros caprichos, delirios y vacios internos, donde dicho sea de paso, todo se ha sobre psicologizado, creando falsas necesidades, como una forma de justificar nuestros deseos. Ofertas hay para todos y en todas las formas inimaginables de espiritualidades, pero la mayoría de ellas coincide en el mismo centro de atención, en el “yo”. Sin embargo hemos olvidado que no es posible grado de trascendencia alguno sino partimos de una conciencia de un “nosotros”. Que la vida se expresa en comunidad y que fuimos creados para necesitarnos. Ese profundo arraigo del “yo” en todo lo que hacemos, al igual que las bolsas de plástico donde depositamos nuestros desechos diarios, no permite que aquellas crisis del alma sigan el curso natural de la vida en su proceso de maduración y renovación. Por el contrario, las encerramos y enterramos en nuestros egos de plástico, desde donde seguimos dañando la vida de quienes nos rodean con nuestras heridas.
Frente a esta realidad de lo desechable nos preguntamos finalmente ¿cuál será nuestra propuesta de vida alternativa? Lejos esté de nosotros dar una más de tantas respuestas mesiánicas, de las cuales nuestra sociedad actual tiene demasiadas. Sin embargo los invito, con la mirada puesta en la figura del carpintero de Galilea, en el Jesús que se atrevió a caminar con el herido, con el angustiado, con el necesitado, con el quebrantado de corazón, porque en su espiritualidad los corazones heridos tienen esperanza de ser reparados, y los que han destrozado sus vidas de muchas maneras, tienen la posibilidad de caminar con él en la vulnerabilidad del aprendizaje. Donde muchos de nosotros transitamos procurando acompañar a otros heridos a descubrir que la vida está a su alcance, no olvidando que somos peregrinos, y que nuestra amistad es el tesoro más grande que Dios nos ha regalado. Donde descubrimos a Dios y a nosotros mismos en la vida de los demás, donde Cristo se nos revela en el que tiene hambre, en el que está desnudo, herido del alma o en soledad.
Finalmente, la vida de Jesús y de muchos otros que han vivido como él nos recuerda que la forma en que nos relacionamos cada día define lo que somos realmente. La forma en que comemos, o cuidamos de nuestro cuerpo, la forma en que tratamos la basura, el tiempo, nuestras casas. La forma en que nos relacionamos con nuestras familias, y en general la forma en que tratamos a nuestro prójimo cada día estará definiendo el tipo de vida y espiritualidad que hemos escogido vivir.
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