Voy a completar ya tres semanas de gira en Costa Rica. El último evento y principal evento de este viaje se ha llevado a cabo estos últimos tres días; nuestra consulta latinoamericana denominada “Are, liturgia y misión”. El evento se llevó a cabo en plena montaña en un lugar llamado Campus de Whitworth (Universidad ) en la montaña de San Rafael de Heredia, cerca de San José. El lugar donde se encuentra este espacio es un verdadero paraíso verde, con un paisaje majestuoso.
El día de ayer, ya finalizando la consulta, un amigo me dio la noticia de la partida de Ernesto Sábato. Habíamos tenido jornadas tremendamente inspiradoras con artistas provenientes de diversos países de América Latina y esta noticia venía a dejarme con una profunda reflexión, y sentimientos encontrados. Es que la influencia de este autor había calado tan profundo en mí, desde que llegó a mis manos uno de sus ensayos, hace 10 años atrás.
Debo reconocer que soy muy selectivo para leer. Como artista preciso conectarme con el autor desde el alma y asegurarme que su contenido es mucho más que mero intelectualismo. Precisamente esa era uno de las cualidades de los escritos de Sábato. Muchos de nosotros fuimos tocados profundamente por sus memorias “Antes del Fin” y fuimos convocados a resistir con vehemencia y esperanza en “La Resistencia”. Ambos libros me han acompañado en estos diez años como parte de mi dieta devocional. Muchas veces volví a leerlos, como una forma de conectarme con alguien que para mí era mucho más que un escritor. Alguien a quien consideré un amigo.
Sábado fue para mí como uno de esos personajes que uno admira tanto, que sueña con la posibilidad de tener el regalo de estrechar su mano, y pasar unos minutos con él para agradecerle por su compromiso con la vida. Nunca tuve ese privilegio y ahora que ha partido de este mundo, mucho menos. Sin embargo, no puedo dejar de considerarlo un amigo. Desde sus escritos fue capaz de introducirnos a la realidad de este mundo con toda su transparencia, como un padre que desesperado llama a sus hijos a reaccionar frente a la superficialidad de esta sociedad.
En estos días he vuelto a preguntarme por qué la vida de este personaje pudo impactar de tal forma a varias generaciones. Pensando en eso recordé un pequeño libro de poemas que llegó a mis manos hace algunos años. Pertenece a un sacerdote keniano, a quién se le ocurrió escribir poesía desde los evangelios. En uno de sus capítulos habla de lo que significa autoridad, donde dice lo siguiente:
“Pienso que podríamos decir que (la autoridad) significa la aceptación en nuestra vida de un influjo o una fuerza que nos hace crecer. La raíz latina de la palabra autoridad puede traducirse como fertilizante, abono o algo por el estilo…La real autoridad tiene absolutamente que ver con el crecimiento. No es algo agresivo, no es gritando a voz en cuello: yo soy el jefe…Es un elemento edificante constructivo. Es un precioso don y todos deberíamos orar para encontrarnos con alguien en nuestra vida con esa clase de autoridad. Porque gente así estará entre nuestros mejores amigos y todos necesitamos de ellos con urgencia, pues todos deberíamos crecer (Sábato, E., 1982, pp. 73-75)[1]
Con certeza puedo decir que eso ha sido para mí, un amigo que desde la trinchera de sus escritos, se transformó en una autoridad para mí, un influjo que me ayudó a crecer, a valorar lo trascendente de las cosas, a tomar conciencia de lo mucho que necesitamos a los otros. Su preocupación por los jóvenes, su indignación por la injusticia y tantos otros temas de una sociedad donde el sacrificio ya no existe.
Uno de los grandes legados de Sábato fue su conexión con las artes. Su comprensión de una sociedad cada día más idiotizada por la superficialidad de las cosas y donde reina el sinsentido nos propone descubrir de nuevo y aprender a maravillarnos de la belleza de lo creado. Nos dice:
“…en un tiempo de crisis total, solo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que, a diferencia de todas las demás actividades del pensamiento, es la única que capta la totalidad de su espíritu, especialmente en las grandes ficciones que logran adentrarse en el ámbito sagrado de la poesía. La creación es esa parte del sentido que hemos conquistado en tensión con la inmensidad del caos. “NO hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, a no ser para salir de su infierno” (Artaud)[2] (p. 117)
Ha partido de este mundo un hombre con autoridad, con una sinceridad y transparencia tal, que lo extrañaremos profundamente. Más cuan cuando escasean tanto esta especie única de seres humanos, que no dejó llevar por el sistema, sino que fue capaz de rehusar el prestigio de su profesión de científico para dedicarse al arte de escribir, porque consideró que desde ahí podría incidir de mejor manera en cambiar el mundo. Desde su propia fragilidad y casi desesperanza llamó a los jóvenes a repensar la vida. Se agradece el sacrificio de su decisión. Aun con todas las crisis que vivió al principio de su carrera de escritor supo luchar contra la adversidad y nos ha regalado hermosas joyas de literatura, que aun después de muerto, nos sigue interpelando a resistir, a no dejarnos llevar por el sistema.
Con todo lo anterior, reflexionamos y nos preguntamos, ¿qué puede significar para nuestra época la ausencia de una autoridad como la de Sábato. Solo nos queda una respuesta posible: dependerá de qué hacemos con su legado.
Ha partido un amigo en el mejor sentido de la palabra. Uno de aquellos extraños hombres de esta época, desadaptado y apasionado ser humano por la justicia. Que su autoridad vuelva a renacer en miles de jóvenes nuevos, de tal forma que podamos ser fieles a su llamado.
[1] Donders, Joseph, 1982, Jesús el Ignorado. Arrgentina: lohle.
[2] Sábato, E., 2001, Antes del Fin, Argentina: Seix Barral
Escribir comentario