EL GOZO DE LA CRUZ

Leonardo Alvarez Castro

"...puestos los ojos en Jesús,

el autor y consumador de la fe,

el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,

menospreciando el oprobio,

y se sentó a la diestra de Dios."

(Hebreos 12:2)

 

Vengo llegando de una pequeña gira realizada en la ciudad de Valdivia, en el sur de Chile. Dicho sea de paso, es una de las ciudades más hermosas de nuestro país.

 

El itinerario de esta visita incorporaba un concierto, un programa de radio y la reflexión cantada en un desayuno pastoral, donde pude compartir con un grupo de alrededor de 20 pastores y líderes. Agradezco a Dios por esta oportunidad, la cual considero de mucho valor, por el grado de influencia que estos líderes desarrollan en sus respectivas comunidades.


Parte de lo que compartí con los pastores en esta jornada de reflexión, quisiera presentarla a todos ustedes, lectores de esta página, porque considero que el tema de la cruz en la espiritualidad cristiana, es uno de los que han sido relegados a un segundo plano en la experiencia eclesial e individual de muchos cristianos.

El gozo de la cruz es por sí misma una especie de paradoja, una aparente contradicción que tiene por finalidad pedagógica invitarnos a maravillarnos del misterio de Dios. La Biblia está llena de paradojas, lo cual considero de especial belleza artística, porque nos mueve a una adoración muy especial. La adoración siempre se asocia con el misterio, porque cuando no podemos explicar las cosas, y renunciamos a ese deseo de encuadrar las cosas eternas, lo único que nos queda es inclinarnos maravillados ante la Gracia de Dios. ¡Cuánta falta nos hace en estos días re-aprender a maravillarnos cada día de cada momento de milagro de la vida!

 

Cuando unimos el concepto de “cruz” con el de “gozo”, lo primero que nos viene a la mente es la idea de que son conceptos no asociables, como el agua y el aceite, que no se pueden juntar. Sin embargo, en la lógica bíblica no solo son compatibles sino que indispensables a la hora de una comprensión de la espiritualidad cristiana en torno a la cruz. Es cierto que la cruz lleva la connotación de muerte, de sufrimiento, de negación, pero en la experiencia bíblica de los primeros cristianos, en el libro de Hechos, esa cruz iba acompañada de un profundo gozo que transformaba el sufrimiento en verdadera dinamita en las manos de Dios. Por eso no es de extrañar textos como “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (Hch. 5:41).


En contraposición a este enfoque de espiritualidad, la sociedad en la que vivimos promueve una trascendencia por medio del “éxito”, palabra que suele usarse en directa relación con lo medible, con los resultados. Podríamos decir, que toda búsqueda de felicidad, en el contexto del mundo, está asociada a la búsqueda del resultado de sus propias acciones. En este contexto, la única alternativa posible es la “competencia”. No hay alternativas de trascendencia en el mundo que conocemos sin que existan muchos que pierdan. La competencia, de por sí, involucra que unos pocos ganen y muchos pierdan. De esta manera, fácilmente podemos culpar a esos millones de pobres en el mundo, porque este esquema del éxito los hace a ellos culpables de su propia pobreza, porque no han sido lo suficientemente aptos para competir y ganar su “felicidad”.


Por todo lo dicho anteriormente, el llamado de Jesucristo, de tomar nuestra cruz y seguirlo, es la expresión de amor más hermosa que se nos puede hacer. Es un llamado a romper, a renunciar con los valores del éxito competitivo, y con la meritocracia que reina en esta sociedad. Es un llamado a la libertad por el gozo de la cruz, donde Jesucristo se transforma en el garante absoluto de nuestra realización. Ser libres de toda presión competitiva nos libera en tal forma, que podemos asumir un nivel de entrega y sacrificio por otros, el cual se ve fortalecido por un gozo maravilloso, que se produce en el corazón de aquellas personas que decidieron recibir el regalo del amor de Dios. La gratuidad del amor inmerecido de Cristo es lo que hace posible ese gozo, esa libertad. Cuando lo experimentamos, ya no necesitamos seguir compitiendo con nada, ni con nadie.


Por otro lado, cuando desaparece la necesidad de competir para lograr el éxito, surge un nuevo paradigma de vida, que los evangelios llaman FIDELIDAD. Desde esta perspectiva, somos desafiados a optar entre estos dos caminos de de vida: el éxito o la fidelidad. Es increíble cómo, tanto dentro y fuera de nuestras iglesias, lo que mueve a muchos cristianos no es la búsqueda de la fidelidad a Dios, sino el deseo irrefrenable de un ”éxito” que los valide como personas. Estamos continuamente construyendo nuestras péqueñas o grandes torres de Babel, para hacernos un “nombre”, algo que podamos mostrar, que exprese nuestras habilidades o competencias humanas. Necesitamos volver al gozo de la fidelidad a Cristo, donde los resultados no sean los garantes de nuestra felicidad. No son las estadísticas, ni la  capacidad intelectual, ni la fama, ni ninguna otra cosa, lo que condiciona nuestra fidelidad a Cristo. De ser así, muchos héroes de la fe bíblica quedarían fuera de la aprobación de Dios. Personas como Jeremías, Job, Juan el Bautista, Esteban, etc, serían unos fracasados en el esquema del éxito de esta época y aún el mismo Jesucristo, podría ser contado entre los fracasados, porque terminó en una cruz clavado, como un cordero manso, y sus amigos más cercanos huyeron dejándolo solo.


Pienso que nos encontramos en una encrucijada social, donde las grandes masas humanas sucumben ante el peso de una existencia ultra competitiva, donde las mayorías son excluidas. Esto, sin contar con esos millones enfermos psico-emocionales, que no están soportando la carga de la exigencia diaria por rendir. Es aquí donde debemos detenernos frente al desafío de Cristo: “El que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16:24). Jesús relega la gozosa cruz a un acto de la voluntad personal “…el que quiera..”, porque esta libertad surge de la toma de conciencia del tipo de vida que queremos vivir.

 

Termino diciendo que vivimos una de las épocas de mayor cinismo y desesperanza de toda la historia humana. La muerte de las utopías nos ha dejado un enorme vacío que hace difícil nuestro caminar. La ausencia de fervor y pasión es evidente en todo lo que se hace. La monotonía y mecanicidad de los procesos humanos han transformado a las personas en meros engranajes de una maquinaria. Es urgente que un nuevo gozo nos refresque el alma para salir de esa oscuridad presente. Dios nos ayude y muchos se animen a tomar el camino de la Cruz, el camino de Jesús.

 

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