Cartas a Florencia

Temuco, 3 de Noviembre de 2019

 

Querida Florencia

          Faltan pocos días para que cumplas siete meses con nosotros. Este tiempo contigo ha sido realmente fascinante. Mamá se encarga de enviarnos cada día imágenes tuyas y de esa manera podemos estar un poquito más cerca de ti, disfrutar de tus gestos, tus miradas nuevas, y esas carcajadas que papi se empeña en sacar a fuerza de pequeñas locuras. Hace poco disfruté mucho viendo un video grabado por mamá Sofy, donde explorabas los sonidos de un charango, golpeteando sobre las cuerdas como lo haría un aventurero que ha encontrado un tesoro. Fue maravilloso ver la sorpresa en tu rostro, mientras las cuerdas daban tan diversos sonidos. Todo en ti está lleno de Dios y maravilla, por eso nos deleitamos en el regalo de tu vida y no queremos perdernos tanta belleza, tanta ternura, tanta esperanza.

          Mi querida niña, en estos días tan convulsionados en nuestro querido país, he meditado en lo que podría escribirte. Incluso me cuestioné el hacerlo, tal vez porque sentía que tales circunstancias nos evocaban un tremendo silencio y meditación. Es que el ruido, la ira y el enojo no deja escuchar nuestros corazones. Por donde miro veo violentos pacificadores y las palabras se vuelven vacías en la penumbra. “La gente espera tanto de las palabras, tan poco del silencio…” H. Nouwen. Sin embargo, cuando te observo me sorprende la esperanza. De que es posible cantar una nueva canción en la tormenta. De que es posible abrazar a los heridos y caminar con ellos. De que es posible la irrupción del nuevo Reino del Mesías Jesús, con su paz que sobrepasa todo entendimiento. De que es posible ser para los demás, para los desesperanzados, para los pobres del alma, para los que han construido su casa desde la rabia y la venganza.

          La primavera irrumpe en nuestro querido sur de Chile. Las plantas de mi jardín me lo recuerdan y verlas florecer alimentan mi alma. Tengo tantas ganas de volver a verte y tomarte en mis brazos. Tal vez esa urgencia de los abuelos que queremos aprovechar cada segundo al máximo, porque en nosotros el tiempo pasa más rápido que nunca y creces tanto, que esa  infante vulnerabilidad pronto se irá, para dar paso a los nuevos procesos de desarrollo.

          Mi pequeña Florencia, la agitación de la gente en estos días me ha hecho pensar mucho en la necesidad que tenemos de re-aprender a amarnos. Tu llegada a este mundo ha estado rodeada de tanto amor; de tus padres, abuelos, tíos, amigos y hermanos. Solo imagino el impacto que el amor tiene en las personas y cómo los más pequeños actos, guían y transforman la vida. No puedo dejar de pensar en el hecho de que nuestro país se ha transformado en un conjunto de soledades, de islas desconectadas, donde el tiempo y los grandes proyectos humanos nos fueron dejando incomunicados y hemos llegado a un punto, en que ya no entendemos lo que nos dicen los otros, al mejor estilo de Babel y su confundida pasión.  Hemos olvidado el antiguo lenguaje de la sencillez del amor y la solidaridad. Una especie de involución del alma nos ha ocurrido con el paso de los años y la irrupción de la “modernidad”. En este contexto, la pregunta más importante proviene de esta misma tragedia ¿dónde podremos volver a aprender a comunicarnos la vida?  ¿Cómo hacemos para volver a mirarnos desde la ternura de los heridos? No obstante, la masa mantiene la mirada expectante en las alturas del poder, anhelando otra vez como antaño las migajas de un sistema, que por milenios ha permanecido en las tinieblas de la avaricia.

“No te molestes con el pozo que está seco porque no te da agua,

mejor pregúntate por qué tú sigues insistiendo en sacar agua

 en donde ya ha quedado claro que no puedes encontrarla”

El librero de Gutemberg

          Por eso, mi querida niña, contemplar tu vulnerable figura, me hace evocar otra vez al escondido Jesús en su pesebre, anónimo, disponible para los que tienen tiempo para contemplar las estrellas, para los sedientos caminantes, para los hambrientos de justicia, para los que se cansaron del ruido. Es que le tenemos tanto miedo al silencio y, sin embargo, es allí donde podemos tomar conciencia, descubrir y ser descubiertos, hablar desde el corazón y ser escuchados. No desde el poder, sino desde la fragilidad de un cordero.

 

          Te recuerdo… vuelvo a pasar por mi corazón cada gesto de tu cuerpo, tu inmaculada sonrisa, tu alocada belleza. Vuelvo agradecer al cielo por tus amantes padres, a través de quienes te amamos cada día. Cuento los días para volver a verte, y entonces, volveremos juntos a mirar los gatos, que juegan en el jardín descontrolados. Volveremos a jugar que conversamos, volveremos como viajeros, desde una tierra de aventuras. Así será, querida niña…